domingo, 6 de abril de 2008

CARTA A MI PADRE


Mira padre, creo que soy, que somos, gente que sabe aceptar lo que nos llega, que solo nos resistimos ante lo que no tiene sentido, y yo una vez aceptado el dolor y ya más sereno por el tiempo transcurrido, me siento hoy capaz de escribir al aire los sentimientos que tu ausencia me ha traído.

Han pasado ya seis meses y a pesar de todo te sigo echando en falta. Veo tu silla vacía, tu asiento en el coche, el sillón del porche, tu sitio en la mesa, y… en tantas y tantas cosas noto tu ausencia… que necesito irla poco a poco justificando. Me digo que ya no podía ser de otra manera, que has tenido una vida larga y provechosa y que te has ido después de haberla disfrutado. Para mí pienso que ha sido una gran suerte tenerte cerca durante tantos años, tan llenos de amor, de alegría, de vida, de golpes de humor y enfado, de ilusiones, de huerto, de viajes, de trabajo. Padre creo que he sido muy afortunado al tenerte tan cerca y durante tanto tiempo.

Me deja en bien saber que los seres vivos nos relacionamos, unos con otros, a través de la energía. El espacio que ocupamos, el cuerpo que habitamos, la forma en la que establecemos el contacto físico, todo es energía que se alimenta de la luz y el calor del sol, ese sol que al encuentro de la materia fértil, se transforma en vida a través de los vegetales, que luego generosamente nos es entregado, para hacernos crecer y para poder multiplicarnos, y que, al final de nuestra existencia, hemos de devolver, como un bien prestado, a la madre tierra de la que todos venimos.

Pero me deja más en paz saber que, de entre los seres vivos, los humanos nos relacionamos fundamentalmente a través del amor, ese amor con el que fuimos engendrados y acogidos en una familia, ese amor por el que hombre y mujer abandonan su casa para unirse y crear una nueva estirpe… Todo en nosotros está marcado por el amor, ese AMOR, con mayúsculas, con el que el Creador nos puso en su obra, y junto al que, como seres superiores, nos regaló la consciencia. Por ella sabemos, no solo lo que es el amor, sino también lo que es su ausencia, con ella elegimos y decidimos amar y eso es algo que supera en alcance al simple instinto.

Somos seres creados a Su imagen y semejanza, y como parte de ese AMOR, nuestro camino aquí en esta vida no es más que un proceso de crecimiento que tiende a encontrarse, a confundirse, con aquello a lo que nos asemejamos. Pero para completar nuestro ciclo, para encontrarnos y ser uno con El, con la Fuente, necesitamos también de ese salto al vacío que es la muerte, y así como la tierra acabará entregándose al sol, la muerte nos servirá para aceptar humildemente lo que es nuestra naturaleza y completar la trayectoria sagrada de crecimiento al encuentro del Creador.

A la luz de estas reflexiones he podido entender muchas de las situaciones que contigo compartí en tus últimos días junto a nosotros y que no fueron fáciles de vivir. De todas ellas me voy a quedar con las que más me han despertado a la ternura, como cuando en el proceso de tu enfermedad nos cogíamos las manos y mirándonos a los ojos los dos nos serenábamos, o cuando te lavaba y te peinaba y te colocaba los dientes, o cuando te daba de comer con la pajita y tu hacías pedorretas en el vaso, o cuando perdí los nervios y pedí a las enfermeras que te ataran. En estas ocasiones habíamos cambiado los papeles, yo era el adulto protector y tú el niño que quería cruzar la calle. Pero tal vez, lo que más me impresiono de todo el proceso de tu despedida, fue la luz de tus ojillos en los últimos días, esa mirada dulce que me regalabas cuando ya las fuerzas te fallaban y yo me esforzaba en mantenerte despierto. Te he sentido como me sentía cuando te planteaba que iba a emprender un nuevo camino, un nuevo viaje en mi vida; entonces te he sentido decir “anda déjame partir, ya he agotado esta etapa” y yo queriéndote retener sin darme cuenta de que ya no era posible.

Hoy desde el sitio que tienes en mi corazón sé que solo te puedo decir lo que tu a mí me dirías “que tengas buen viaje padre y escríbenos en cuanto llegues, cuando encuentres al creador”. Los que aquí quedamos entregamos tus cenizas a la tierra que te vio nacer y las hemos dejado cerca de los tuyos, para que no estén solas, en nosotros queda el rastro de tu amor que aún ha de seguir creciendo. Ya nos veremos padre.