viernes, 11 de abril de 2008

EL VIAJERO Y EL ANCIANO



Desde lo alto, el viajero había elegido uno de los caminos que discurría alejado del fértil valle, en una zona poco poblada, donde las montañas imponen su paz. Sus pasos serpentean por el camino que, al final, confluye con un inquieto río que se esconde abrazado a la falda de una de las montañas. Parece como si el río asustado se afanara por alcanzar el regazo de la madre la montaña.

Así, medio dejándose llevar por las sensaciones del recorrido, el viajero da a lo lejos con un anciano sentado en una valla de piedra al borde del camino, que remueve con su bastón los cantos incrustados en el suelo por los pasos de los caminantes. Antes lo había confundido con una de las piedras que le sirven de asiento, pero según se ha ido acercando, los tonos ceniza de su vestimenta se han ido iluminando hasta alcanzar tonos tan plateados como los de su cabello.

Llama la atención del viajero que al lado del anciano no hubiera equipaje alguno, hasta el punto de quebrar su trayectoria mientras camina para comprobar si lo oculta tras el montón de piedras. Pero no, allí tampoco hay nada que pudiera considerarse pertenencia del anciano.

Tras un saludo cordial, el viajero no puede contener su curiosidad y le pregunta:

- ¿vives cerca?, ¿acaso estás perdido?

a lo que el anciano responde

- este es mi sitio y no estoy perdido, te he encontrado

El viajero se sorprende por la respuesta y una extraña sensación se apodera de él. Casi con temor replica:

- no me enredes con tus acertijos, ¿como puedes decir que este lugar tan solitario y alejado de todo es tu sitio? y si dices que me has encontrado ¿para que me buscas? ¿que quieres de mí?

- Tranquilízate, le responde el anciano con un gesto afable en la mirada – es mucho lo que me pides y poco lo que me das, no se pueden calmar las incertidumbres de toda una vida en tan solo unos instantes. Siéntate a mi lado, reposa y tal vez en algo pueda yo satisfacer tu necesidad de saber.

Una vez se hubo soltado de su impedimenta, el viajero tomó asiento al lado del anciano, que volviéndole a sorprender tomó su mano y mientras la acariciaba le habló así:

- toda la paz del universo puede concentrase en una mano que acaricia a otra mano. Yo deseo que el calor de esta mano llegue a tu corazón, y que al finalizar el proceso nuestros corazones se oigan latir.


- No dejas de sorprenderme, le replica el viajero tras un breve silencio – eres un desconocido que sin embargo pareces conocer bien mis inquietudes.

- No te inquietes por lo conocido, ya está hecho, ni por lo desconocido, pues aún está por hacer. Déjate sorprender por lo que te llega y acéptalo sin más.

Y dicho esto el anciano vuelve su bastón hacia un pequeño guijarro del camino y golpeándolo dos veces lo transforma al instante en una preciosa turquesa tallada con más de cien caras. El viajero no da crédito a lo que ven sus ojos y el anciano golea otras dos veces otra pequeña piedra y a esta la convierte en un hermoso brillante, y otra en un zafiro y así hasta mas de cien de los guijarros clavados en el camino se van convirtiendo en valiosas gemas que con fruición el viajero recoge sin cesar. Cuanta más prisa se da el viajero en recoger las piedras preciosas, más deprisa las crea el anciano.

La situación tan solo se interrumpe un par de veces. Una cuando el viajero levanta la mirada hasta el anciano y vaciando su bolsa de pertrechos le pregunta, sin mediar palabra, si puede seguir cogiendo y otra cuando tras verse saciado le pregunta:

- ¿no entiendo cómo has creado todas estas riquezas ni por que me las entregas? a lo que el anciano contesta:

- has comenzado a avanzar. Las piedras están ahí, no tienen mayor valor, cualquiera las hubiera podido recoger, lo importante es que tú has sido el elegido. Ten confianza, como te he dicho has empezado un proceso que cuando lo culmines, estarás en disposición de entender.

El viajero no se da por satisfecho, pero como la tarde va cayendo y empieza a acusar cansancio por la excitación anterior, toma asiento en el suelo al lado del anciano, abrazado a la mochila que guarda su rico tesoro. El anciano entonces prosigue:

- es un gran paso el que has dado al desprenderte de lo que te sobra para hacer el camino, seguramente la mitad de las cosas que portabas no las habrías utilizado nunca, y la otra mitad la has utilizado aunque sin necesidad. La impedimenta como ves limita tus posibilidades para recoger lo que auténticamente quieres.

- Son sabias tus palabras anciano, a decir verdad mucho de lo que llevo aún no he encontrado el momento de utilizarlo y el resto lo he utilizado porque lo llevaba. ¿Pero como sabes que no he vaciado mi morral solo por el hecho egoísta de llenarlo con el tesoro que me ofreces?

- Claro que lo sé, le replica el anciano – y eso es necesario porque es parte de tu aprendizaje para poder llegar al final. Cuando los hombres observan sus acciones, en su análisis, suelen salirse del hecho en si e ir más allá; sin embargo, la esencia de las cosas está en la profundidad de lo que acontece, en la aceptación de la realidad y no lejos de ella.

- Me tranquilizas y a la vez me inquietas, le responde el viajero - ¿Cómo puedes ser tan generoso y justificar mi actitud de avaricia?, ¿Cómo sabes lo que estás removiendo en mi?

El anciano comienza a juguetear en la tierra del camino con su bastón y mirando al suelo le responde – confía, nada te cuesta creer lo que estás viendo. Podrás perder los ojos, pero nunca perderás lo que estos han visto.

El viajero deja entonces que su corazón se abandone cada vez más para que las palabras del anciano se expandan en su pecho y conforme profundiza en su abandono, una placentera sensación de bienestar le invade de la cabeza a los pies. Ya no tiene deseos de preguntar, solo quiere escuchar, la respiración comienza a ser profunda pausada, sentida, e inunda hasta el último rincón de su ser. Los músculos se han aflojado y sin darse cuenta ha soltado la bolsa a la que con tanta fuerza antes se había abrazado. Un aire cálido le invade las mejillas mientras un agradable hormigueo le corre por las manos. Es una sensación de plenitud total que el anciano no tarda en captar.

- Ya siento el calor de tu corazón, y cogiendo de nuevo las manos del viajero para acariciarlas, el anciano prosigue – aprecio la sencillez del corazón de los hombres que son como tú, reconozco en su mirada interior el amor y la simplicidad con la que son capaces de manifestarlo, ese es su mayor tesoro, ese es su mejor equipaje. Tú que has puesto el corazón en los zapatos, llegarás muy lejos, nada externo te detendrá viajero, siempre habrá un camino abierto para ti. Eres el libro de tu historia y tu camino es único e irrepetible.

Con estas palabras el viajero apoya la cabeza en las piernas del anciano que prosigue su discurso a golpes, cada vez más cortos, mientras con los dedos le acaricia el cabello.

- En el interior del hombre están los mapas de todos los caminos del universo, ningún viajero que conozca bien su mapa interior se perderá.

- El origen del viaje es lo que hace diferente el camino, no su final.

- Todos los caminos confluyen en la historia de la humanidad.

- ………………….

De esta forma el viajero se va dejando sentir serenamente lo que el anciano le dice hasta que al final, entre sueños, comienza a edificar frases, al principio apoyadas en las palabras del anciano, y al final por su propia cuenta, llegando a un punto en el que es incapaz de discernir lo que se cuenta él y lo que le cuenta el anciano.

A la mañana siguiente con las primeras luces del alba y tras el descanso se despierta como un hombre nuevo, regenerado, invadido por una paz interior que jamás antes había sentido. Levanta la mirada buscando el rostro del anciano, pero ya no está, en su lugar hay una roca caliza de mediano tamaño que desprende un calor especial y que contrasta con las del resto del montón. Los ojos del viajero se nublan a la vez que con la mueca de comprensión se le ilumina el rostro. Se considera afortunado, a pesar de la pena por el maestro perdido, y reconoce, como le dijo el anciano, que nada ni nadie le puede arrebatar lo que sus ojos han visto.

Conforme el sol va calentando la mañana, su espíritu se va impregnando de valle, de montañas y de río, y llega a sentir una imperiosa necesidad de continuar el camino. Así que echa mano del morral y como queriendo rendir un último homenaje a la sabiduría del anciano vacía a los pies de la roca el tesoro que ha recogido la noche anterior. No sin sorpresa comprueba que las ricas gemas han vuelto a su ser y que en su lugar hay preciosos guijarros. Comprende entonces que el proceso ha concluido tal y como le previno el anciano y con actitud serena toma uno cualquiera de ellos y lo guarda en el bolsillo, ese será su equipaje para este trecho del camino, es cuanto por el momento necesita. Deja la bolsa con todas sus pertenencias a la orilla del camino y antes de emprender viaje se abraza a la roca del anciano dándole gracias por las señales recibidas. Sus pasos ahora son más suaves y ligeros y sus huellas, desde entonces, quedan nítidas en el camino para que el resto de los viajeros las puedan apreciar.