Una prueba de amor (varias, toda
una vida)
Es una historia real, los he
conocido y aún viven cerca de casa por lo que omitiré algunos detalles que
pudieran identificar a los protagonistas sin su permiso.
Se trata de una pareja encantadora,
ella trabajaba en la hostelería y él era conductor de los camiones que recogían
la basura. Cuando se casaron no tenían otra cosa más que eso, ganas de
trabajar.
Con los ahorros compraron una
pequeña excavadora y por las tardes él abría zanjas para los cimientos de las
nuevas casas que los parcelistas empezábamos a hacer para ocupar las áridas
tierras de la labor del desierto manchego.
Con esfuerzo se hicieron con una
parcela y el construyó para su princesa un castillo, con sus torres, sus
almenas, una preciosidad. Ella vio enseguida la oportunidad de abrir un negocio
de hostelería propio y abrió en la planta baja un bar en el que además daban
comidas. Los sábados por la noche presentaban un espectáculo musical de lo más
variopinto con música, cantantes y otros diversos al gusto de la concurrencia.
De esto hace ya casi cuarenta
años y claro los años no pasan en balde. La princesa se hizo mayor, y como las
reinas, tuvo sus achaques. El mal de la espalda era repetitivo y al final entró en
el quirófano. Ese mismo día, él cerró el pequeño bar, despidió a los camareros
y presentó en el ayuntamiento el escrito de fin de actividad para que no
hubiera marcha atrás. Cuando ella volvió a casa ya recuperada se encontró con
la sorpresa y estoy seguro que alguna lagrima derramó porque ninguna puerta se
cierra sin ruido, pero cuando, al poco, la fui a ver me dijo: he puesto a la
venta las sillas, las mesas, la cocina, … todo menos los grifos de cerveza “a
mi chico nunca le faltará un barril para él y otro para invitar a sus amigos”