sábado, 4 de agosto de 2018

De mi bloc de notas



Una prueba de amor (varias, toda una vida)

Es una historia real, los he conocido y aún viven cerca de casa por lo que omitiré algunos detalles que pudieran identificar a los protagonistas sin su permiso.  

Se trata de una pareja encantadora, ella trabajaba en la hostelería y él era conductor de los camiones que recogían la basura. Cuando se casaron no tenían otra cosa más que eso, ganas de trabajar.
Con los ahorros compraron una pequeña excavadora y por las tardes él abría zanjas para los cimientos de las nuevas casas que los parcelistas empezábamos a hacer para ocupar las áridas tierras de la labor del desierto manchego.

Con esfuerzo se hicieron con una parcela y el construyó para su princesa un castillo, con sus torres, sus almenas, una preciosidad. Ella vio enseguida la oportunidad de abrir un negocio de hostelería propio y abrió en la planta baja un bar en el que además daban comidas. Los sábados por la noche presentaban un espectáculo musical de lo más variopinto con música, cantantes y otros diversos al gusto de la concurrencia.

De esto hace ya casi cuarenta años y claro los años no pasan en balde. La princesa se hizo mayor, y como las reinas, tuvo sus achaques. El mal de la espalda era repetitivo y al final entró en el quirófano. Ese mismo día, él cerró el pequeño bar, despidió a los camareros y presentó en el ayuntamiento el escrito de fin de actividad para que no hubiera marcha atrás. Cuando ella volvió a casa ya recuperada se encontró con la sorpresa y estoy seguro que alguna lagrima derramó porque ninguna puerta se cierra sin ruido, pero cuando, al poco, la fui a ver me dijo: he puesto a la venta las sillas, las mesas, la cocina, … todo menos los grifos de cerveza “a mi chico nunca le faltará un barril para él y otro para invitar a sus amigos”